miércoles, 17 de diciembre de 2008

Capítulo IV: Chamán

El domingo que conocí a Katie, me levanté temprano para poner un poco de orden en mi departamento. Llevó más tiempo del que esperaba, porque generalmente, el descontrol se amontona durante semanas. Me gustaría cerrar los ojos, y que al abrirlos, todo esté de punta en blanco, ¡ese sí sería un cambio bien recibido!
Los fines de semana, suelo ser el primer cliente de “El Rincón”, la panadería de la esquina. Dora, la dueña del local, me entrega los panes y las facturas recién sacadas del horno, es uno de los pequeños placeres que le dan color a la vida. Pero ese día no me recibió Dora.
- ¡Lorenzo! Te estaba esperando.
Una preciosa joven afroamericana de cabello electrizado me sonreía desde el otro lado del mostrador. No la había visto nunca, y sus palabras me sorprendieron más que su presencia.
- ¿Nos conocemos?
- Mnnn… es la primera vez que hablamos, pero yo te vi varias veces y además me contaron mucho de vos.
Me distraje viendo cómo los pequeños rulos acariciaban su mentón, dejando al descubierto un delicado cuello. Sus ojos eran claros, no podría precisar el color, pero me resultaron muy extraños ya que nunca había visto esa tonalidad en un afroamericano.
- Parece que no sos muy “conversador”, Lorenzo. Me llamo Katie. – Dijo mientras me estrechaba la mano.
- Perdón, Katie, la verdad es que no suelo hablar mucho. – Sonrió.- ¿Sos extranjera? Porque tu nombre no es común, pero tu acento parece local.
- Un poco de aquí, otro poco de allá. Todos los lugares son mi hogar, pero siempre soy extranjera. Para mí, lo importante es saber a dónde va la gente y no de dónde viene.
Esa respuesta me dejó sin saber qué decir. Además de que lo último era lo mismo que me dijo Alicia en ese extraño sueño… ¿sueño? Pero esta vez no volvería a quedar en ridículo:
- ¿Y a dónde vas?
- Por lo pronto, a entregarte tu pedido de pan y facturas, Dora ya te lo reservó. – Respondió. – Y más tarde, voy a almorzar con vos en el parque. Te espero a las doce, no llegues tarde ¿sí?
Mi cara, que mezclaba la de un burro y la de un niño el día de su cumpleaños, me hizo quedar en ridículo de todos modos. Atiné a asentir con la cabeza y me fui dejándola sonriente. No tengo edad para comportarme como un principiante frente a la invitación de una mujer hermosa, si me vieran mis compañeros de trabajo se burlarían de por vida.
Llegué a casa, procurando pestañear lo menos posible. Ya saben que cuando me distraigo puedo terminar viajando o soñando, en cualquier lugar. Hoy no quiero correr ese riesgo. Me mantuve alerta y con la mente lo más despierta posible. Comencé a escoger la ropa que llevaría… parecía una adolescente histérica preparándose para su primer salida. La verdad es que hace mucho que no tenía una cita. El trabajo y las clases me demandan demasiado, y cuando tengo algún rato libre, aparezco en lugares, tiempos o vidas desconocidas… o tal vez sólo sueño.
Hasta ahora no había notado lo mucho que afectan en mi vida social mis extraños viajes… creo que me convertí en un inadaptado.

Dicen que las mujeres son impuntuales, pues no es el caso de Katie. Cuando llegué, ella ya se encontraba en el parque. Había tendido un bonito mantel a la sombra de mi árbol preferido, y me esperaba con variadas delicias caseras preparadas por sus propias manos. Me avergoncé de los snacks que yo había comprado de camino a la cita. La mayor parte del tiempo habló ella. Me dijo que es una estudiante de biología a punto de egresar y que tiene cinco años más que yo. Además es fanática de la cocina, sabe preparar platillos de todo el mundo, porque viaja mucho. Paseamos por el parque y al atardecer, recorrimos los lugares más pintorescos de la ciudad. Los habitantes locales nunca los visitamos, generalmente suelen estar repletos de turistas.

Mis nervios se fueron rápidamente, Katie es de esas personas que saben hacer sentir cómodos a los demás. Es imposible estar a su lado y no tener la sensación de conocerla de toda la vida. Al anochecer, nos reíamos a carcajadas, disfrutando plenamente de la compañía. Como no queríamos regresar aún, decidimos alargar la cita, e ir a un bar a tomar algo. El ambiente era muy agradable.
- ¿Qué hacés en tu tiempo libre, Lorenzo?
- Emnnn… - Dudé, ¿qué le iba a responder? ¿“Me la paso teniendo alucinaciones”?
- Podés decírmelo.
- ¿Qué cosa?
- Tu secreto.
- No tengo ningún secreto…
- Lorenzo, yo hago lo mismo que vos.
- ¿Y qué se supone que es eso? ¿No tener pasatiempos? – Reí.
- No desvíes la conversación, por favor. Me refiero a nuestra capacidad de viajar por diferentes mundos.
Me quedé mudo. Se me hacía imposible la idea de que alguien lo creyera si le contaba sobre mis “viajes”, pero más imposible se me hacía el que alguien ya lo supiera todo y que encima corriera con mi misma suerte.
- ¿Cómo sabés de eso?
- Llamás mucho la atención, Lorenzo. Todas las criaturas capaces de cruzar dimensiones o percibir los cambios, conocen tu existencia. Es imposible no sentir curiosidad al verte. Lo que hacés es algo que consiguen muy pocos, y sin embargo lo efectuás sin el menor esfuerzo. Hay muchas teorías sobre vos… algunos creen que no sos humano, ¿es cierto?
- ¡Claro que soy humano! – Dudé. – Aunque después de lo que me dijiste estoy comenzado a preguntármelo… Yo no tengo idea de por qué me pasa esto a mí, simplemente ocurre. La verdad es que hasta ahora, siempre tuve la duda de si se trataba de un sueño o de una realidad, pero si vos también lo sabés, es prueba de que no fueron meras alucinaciones. Mnnn… sos humana, ¿no?
- Sí, lo soy. – Rió.- Pero yo debo realizar muchos esfuerzos para poder viajar, mis habilidades no son naturales, el conocimiento del método es herencia única de mi familia, provenimos de una antigua casta de chamanes. De todos modos, no acostumbro traspasar el tiempo o el espacio a menudo, mi mayor fuerte radica en el mundo onírico. Soy lo que se llama un Visitante de los Sueños: nos internamos en los sueños de las personas, los observamos y nos alimentamos de esa energía. A ellos no les afecta en nada, ni siquiera notan nuestra presencia. Otros miembros de mi familia se han especializado en los viajes del tiempo, como mi madre y mi hermana, pero yo no desarrollé mucha habilidad para ello, es lo más difícil de alcanzar. Un gran chamán, domina los viajes a todas las dimensiones con maestría y puede adoptar diferentes formas o introducirse en otros cuerpos. Por lo general, alguien así sirve de guía para las familias o comunidades chamánicas.
- ¿Y yo soy un Visitante de los Sueños también?
- No, sos mucho más complejo.
Justo cuando iba a preguntarle en qué consistía esa complejidad, apareció a mi lado un joven palidísimo que me llevaba por lo menos dos cabezas de altura, con mirada profunda, y cabello rojizo. No podría precisar su edad, parecía totalmente ajeno al tiempo. Su presencia intimidaba.
- Katie, vengo a buscarte.
- ¡Kam! – Katie se puso de pie, y me miró.- Lorenzo, él es Kam, encargado de guiar a nuestra familia con su ancestral sabiduría. Es todo un honor que se presente ante nosotros. – Hizo una reverencia ante Kam.
- Hola, soy Lorenzo. – Le dije, tendiéndole mi mano.
Kam clavó sus negros ojos en los míos. Sentí que podía ver en mi interior, como quien lee un mapa. La sensación era detestable, similar a cuando alguien hurga en lo más vergonzoso de tu intimidad. De alguna manera, lo expulsé de mi mente, y ya no le permití entrar. Por primera vez, el extraño hombre mostró una expresión en su frío rostro, y era de sorpresa.
- Katie, nos vamos.
- Bueno, pero antes quiero despedirme de Lorenzo, por favor.
Katie se estaba acercando a mí con una sonrisa para besarme, pero Kam la tomó del brazo y ambos se esfumaron en el aire. Nadie más en el bar lo notó. Me quedé allí, de pie y con cara de idiota por un buen rato. Conocen la expresión “Te escupieron el asado”, ¿no? Bueno, fue lo primero en lo que pensé aunque había cosas mucho más serias que plantearse.
Llegué a mi departamento con miles de ideas desordenadas en la cabeza. Por primera vez, alguien me daba un poco de información respecto a lo que me pasaba, aunque sea incompleta e insuficiente. Costó horrores conciliar el sueño, pero me dormí pensando en Katie y su contagiosa sonrisa.

El despertador sonó muy temprano, no recordaba haberlo activado. Ya no pude volver a dormir, me levanté, y para mi sorpresa, el departamento se encontraba totalmente desordenado. A penas hace un día lo había puesto en orden y me había llevado mucho tiempo.
¡Tengo que volverme una persona más organizada, sino, voy a ser esclavo de este lugar todos los condenados días!
Aún era muy temprano para ir a trabajar, y “El Rincón” seguramente ya estaría abierto, por lo que no dudé un instante y corrí a ver a Katie. Cuando llegué, ella se encontraba detrás del mostrador.
- ¡Hola Katie! ¿Cómo estás?
- ¿Nos conocemos? – Respondió con cara de sorpresa.
Primero pensé que estaba bromeando, pero al insistirle y ver que ella comenzaba a asustarse, me di cuenta de que iba totalmente en serio. En ese momento llegó Dora con su pomposo delantal.
- Hola, Lorenzo. ¿Venís por tu pedido de los domingos? Ya lo tengo listo.
- Pero hoy no es domingo, es lunes.
- ¡Parece que aún estás dormido, Lorencito! – Dora rió con ternura y me señaló el almanaque de su maquina registradora. Efectivamente, era domingo. – ¡Ah! Te presento a Katie, a partir de hoy ella va a trabajar aquí para darme una manito con los pedidos, es una joven encantadora, seguro se llevarán muy bien.
Katie me hizo un saludo cortés con la mano, aún mirándome como a un loco. Como respuesta sólo moví la cabeza.
Tomé mi pedido y caminé a casa totalmente desconcertado. ¿El día que había compartido con Katie era una mentira? ¿Un sueño, una invención? Si hay alguien que está ensañado conmigo y que me hace vivir todas estas cosas extrañas para volverme loco, me gustaría decirle: “¡Muy bien! Aún no me volviste loco, pero ya me convertiste un total perdedor. ¡Adiós a mi diminuta vida social y a mis posibilidades de tener contacto con una mujer fuera de una alucinación!”
Sin embargo, cuando llegué a mi departamento sólo tuve una preocupación en mente:


¿Tengo que ordenar todo de nuevo?

martes, 9 de diciembre de 2008

Capítulo III: La Noche de los Difuntos

Mamá falleció cuando yo tenía diez años, el segundo día de Noviembre. Siempre me hizo mucha falta, era una mujer realmente dulce. Recuerdo sus largos rizos almendra sobre mi rostro cuando nos quedábamos dormidos en el jardín. Supongo que heredé de ella la extraña característica de poder dormir en cualquier lugar…
Ese día era el aniversario undécimo
de su muerte. Le pedí la mañana libre a mi jefe para visitarla en el cementerio; me tomé todo el tiempo para dejar su tumba muy hermosa y perfumada con flores frescas. Ella amaba las azucenas. Por la tarde, no me sentí con deseos de ir a clases. No estaba triste, sólo quería repasar las viejas fotos y recuerdos en la soledad de mi habitación. Me senté al lado de la ventana a mirar los aburridos y grises edificios vecinos, mientras revivía el pasado en mi mente. El viento comenzó a agitarse, pero era cálido y agradable. Mis labios percibieron el sabor a sal, mi piel se estremeció al sentir el brillante sol: me encontraba contemplando el mar.
Confieso que el cambio de la monótona ciudad, a la soleada playa de arena blanca y agua transparente, fue muy bien recibido por mí. Sin embargo, detesto que todo sea tan repentino, me hace pensar que soy un loco en un manicomio que está fantaseando con lejanos lugares y una vida ficticia. Tal vez así sea… tal vez todos lo seamos.
Miré a mi alrededor: me encontraba en la entrada de un camino que daba a una enorme mansión en lo alto de un cerro. Desde allí se podía apreciar una excelente vista al mar. Ya que no tenía otro sitio a dónde ir, decidí seguir el camino hacia la mansión, la cual, cuanto más me acercaba, se volvía más hermosa e imponente. Un hombre de mediana edad, estaba junto a una pequeña carretilla plantando más flores en el ya pobladísimo rosedal. Su vestimenta parecía de principios del siglo pasado. Me observó sorprendido, y luego, como quien recuerda algo me dijo:
- Eres el ayudante de cocina que contrataron para la fiesta, ¿verdad? – No me dio tiempo a responder.- Te llevaré a la cocina, sígueme.
Entramos a la casa por una pequeña puerta para empleados, no la principal. La cocina era muy espaciosa y estaba abarrotada de doncellas y cocineros trabajando. Me presentó al jefe de cocina, un hombrecillo regordete y orgulloso, quien me examinó de pies a cabeza. Disgustado masculló:
- ¡Dijeron que me enviarían a alguien con experiencia, no un ragazzo! ¡Maledizione! – Se volteó y le ordenó a una de las doncellas.- Addolorata, lleva al ragazzo a su habitación.
Addolorata asintió con la cabeza y con otro gesto me mostró el camino. Mi habitación era pequeña y la compartía con otros dos trabajadores. La joven abrió el armario y me señaló un traje que esperaba pulcro en una percha.
- Ese es el tuyo. En cuanto termines de cambiarte y acomodar tu valija, por favor ven a la cocina, sino Bendetto se pondrá más furioso.
Asentí, le di las gracias y se marchó. No entendí a qué valija se refería, hasta que me miré en el espejo y vi que en mi mano izquierda llevaba bien apretada una. Dentro de ella, había algunas prendas meticulosamente dobladas, un arrugado periódico en italiano y un boleto de tren a nombre de un tal Fiorenzo Manfredi. La vestimenta que tenía puesta también era extraña, pues al igual que la del jardinero y los demás empleados, parecía de principios del siglo pasado. No me partí la cabeza buscando explicaciones, porque nada de todo lo que me ocurría tenía explicación, simplemente me limité a alegrarme por conservar mi cuerpo y no haberme convertido en mujer o en otro hombre. Me puse el impecable traje de cocinero y marché a la cocina. No tenía motivos para obedecer lo que se me indicaba, pero por mis anteriores experiencias, lo mejor era esperar hasta que se me presentara una oportunidad para regresar a mi hogar.
Sólo tuvimos dos descansos: un pequeño almuerzo y luego la merienda. Bendetto se encontraba en estado de histeria: “¡Es esta noche! ¡Más aprisa! ¡Maledizione!”, gritaba constantemente. Y debo reconocer que el principal causante de su mal humor fui yo, debido a que lo único que sabía de comida italiana era preparar Spaghettis instantáneos.
- ¡Ya has arruinado el Carpaccio y no eres capaz de preparar un salsa de setas y nueces decente! – Observó lo que tenía en mis manos en ese momento.- ¡No! ¡No la Torta Marinara! ¡Oh! ¡Dio! ¡Dio!
Las doncellas se compadecieron de mí y me tendieron una mano; al cabo de unos minutos me llamaban “Lorenzzino”, con aprecio. A las ocho, la cocina era un desfile de deliciosos platillos de todos los gustos y colores. Nos dieron trajes de mozos para servir en la fiesta, junto con blancos antifaces.
- Addolorata, ¿para qué nos dan antifaces?
- Es obligatorio asistir a la Noche de los Difuntos con antifaces, así lo dicta la tradición. Incluso, nosotros, que somos meros servidores, no quedamos fuera del hechizo de la maravillosa celebración.
- ¿Noche de los Difuntos?
- Había olvidado que eres forastero, Lorenzzino. – Respondió con paciencia.- En este pequeño pueblo, una vez al año se celebra la Noche de los Fieles Difuntos. Sólo por una noche, la tierra, el purgatorio, el cielo y el infierno conviven en el mismo lugar. El cementerio del pueblo queda en los terrenos de esta enorme mansión, por ello, es tradición festejarlo en sus jardines. Pero para poder participar del hechizo, todos los invitados deben llevar máscaras y antifaces, tanto los vivos como los muertos.
No acabé de comprender lo que Addolorata me dijo, pero tampoco tuve oportunidad de seguir preguntado, pues Bendetto nos dio bandejas y nos empujó al jardín para que comenzáramos a servir a los invitados.
Realmente era una visión estupenda: las damas con sus largos y llamativos vestidos de gala, los caballeros con sus elegantes trajes, los extravagantes antifaces que convertían el rostro de cada uno de los invitados en un anónimo. Por otra parte, el rosedal brillaba con las tenues luces de las velas que habían dispuesto a lo largo de todo el jardín, la brisa era cálida y con aroma a mar, las estrellas y la luna parecían diamantes incrustados en el cielo. Si esa no era una noche mágica, no sé qué lo es. Algo llamó mi atención, el comportamiento de los invitados era de una profunda alegría mezclada con éxtasis y desenfreno. Vi muchas veces repetida una escena: dos o más personas abrazándose, como si se tratara de un reencuentro. ¡La gente de este pueblo es muy expresiva o bebe demasiado!

- ¿Qué me recomendás?
Sorprendido de oír una voz con un acento similar al mío, me volteé y vi a una hermosa dama señalando la bandeja que yo llevaba en la mano. El antifaz no me permitía ver la totalidad del rostro, pero sus labios no tenían nada que envidiarle a los pétalos de las rosas que nos rodeaban. Los largos rizos parecían flotar con la brisa. Sus ojos encerraban la eternidad.
- Definitivamente el Panzerotti a la Romana. Lo preparó Bendetto personalmente, y aunque sea insoportable, la verdad es que cocina como los dioses. Pero no coma por nada del mundo Supplí… lo preparé yo, y me quedó fatal.
La dama rió divertida, y para mí sonó como el canto de un ángel.
- ¿Te gustaría bailar?
- Me encantaría, pero no creo poder, estoy trabajando.
- Claro que podés, si alguien te dice algo, yo me hago responsable. Al fin y al cabo, esta celebración es para todos, nadie se queda fuera.
No me convencieron sus palabras, sino su sonrisa. Dejé la bandeja tirada y bailé con la hermosa dama como nunca antes lo había hecho. En un momento quise quitarme el antifaz pues me producía calor, pero me lo prohibió rotundamente, dijo que no respetar las tradiciones de la celebración era muy peligroso. Paseamos por los interminables rosedales y me contó algunas cosas sobre ella: tampoco pertenecía a aquel pueblo, estaba de paso sólo por esa noche.
- Soy feliz en mi nuevo hogar, pero extraño muchísimo a mi familia. A veces lloro. Pero en seguida recuerdo que la vida continúa y que lo importante es que ellos sean felices. Visito de vez en cuando a mi hijo para asegurarme de que todo está bien, pero no es lo mismo que vivir juntos. Mi amado se ha casado con otra mujer, y aunque no me olvida, pudo recomenzar, lo que me da mucha alegría y tristeza a la vez.
- ¿Qué clase de hombre podría elegir a otra mujer luego de conocerte? – Le dije, sin medir mis palabras.
- No digas eso, Lorenzo, no. No es justo para él.


Su presencia, me hacía entrar en un estado paz y alegría infinitas, como hace años no experimentaba. Tardé bastante en reconocer lo que ese sentimiento significaba, y lo que oír el sonido de su inconfundible risa me producía. Debería haberlo notado enseguida, lo sé. Bajamos a la playa y caminamos descalzos por la arena, tomados de la mano. La charla se tornó mucho más relajada, ya no hablamos de temas tristes, sólo hacíamos bromas absurdas y disfrutábamos de la compañía. Pasamos horas recostados en la arena mirando las estrellas.
El sol comenzó a asomar tímidamente en el horizonte.
- Ya es hora de que me vaya, querido Lorenzo.
- Sí. Espero verte el año que viene, en la próxima celebración de la Noche de los Fieles Difuntos. No sé cómo haré para llegar, pero te aseguro que acá voy a estar.
- Lo sé, mi amor, lo sé. Yo tampoco voy a faltar.
Me abrazó hasta convertirse en suave arena, que el viento llevó a algún lugar lejano y desconocido. No pude evitar derramar unas lágrimas, pero ese es un secreto que el mar supo guardarme. En el aire permaneció el perfume de su flor favorita.


Me quité el antifaz y al abrir nuevamente los ojos, estaba sentado en la silla de mi habitación. La vista por la ventana continuaba siendo gris y aburrida. Fue abrumadoramente chocante el contraste con la hermosa playa en la que había estado hace sólo unos instantes, o creía haber estado. Odio los cambios bruscos.
Miré mi cama, había algo nuevo... sobre la almohada, una blanca azucena.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Capítulo II: La Fuga

Por lo general hago zapping de manera compulsiva, la tv se tornó muy aburrida estos últimos años… o tal vez fui yo quién cambió y no la televisión, ¿quién sabe? Esa tarde, mientras merendaba, me detuve en un canal de noticias rural. Era de esos pequeños canales regionales que sólo transmiten noticias locales. No le presté atención a la provincia de la cuál era originaria la señal, pero por la excitación de la periodista que transmitía, parecía pertenecer a un pequeño pueblo en donde nunca ocurría nada interesante: “… las dos prisioneras habrían escapado hace media hora y se presume que aún se encuentran ocultas en el pueblo. Utilizaron el río, aprovechando los deberes de limpieza para llevar a cabo su fuga. Las autoridades han desplegado una gran red policial para capturarlas…”. Mientras decía esto, se mostraban fotos de las prófugas. Eran dos hermanas muy bellas, de largos cabellos rubios y ninguna superaría los 25 años. ¿Qué acto habrá llevado a prisión a dos jóvenes que recién comienzan sus vidas?
Mi taza estaba vacía, así que apagué el televisor y me acomodé en el sillón a meditar sobre la cárcel y qué sería de mí en el futuro: ¿Alguna vez llegaría a la situación de estar preso? Por la ventana entraba una brisa cálida y agradable…
Repentinamente el televisor se encendió solo. Pensé que yo mismo lo había hecho apretando el control remoto con mi brazo sin quererlo. Pero eso era imposible, el control estaba sobre la mesa, lejos de mí. Miré la tv, y había una imagen estática de una habitación con rejas, una celda. ¡Esa imagen era tan real! Parecía que yo estuviera dentro de ella. Me costó darme cuenta, o mejor dicho, me costó aceptarlo: ¡Realmente estaba dentro de la celda!
Comprenderán que quedé totalmente paralizado por la impresión varios minutos. No es lo más agradable del mundo, ni mucho menos lo más normal, el estar tranquilamente mirando televisión en un instante y al siguiente aparecer dentro de ella, ¡y para colmo en una prisión! Si por lo menos hubiera estado viendo alguna película de Scarlet Johanson…
- Lucy, no te quedes ahí con esa cara de loca, vení a ayudarme a cambiar las sábanas, ¡siempre termino haciéndolo sola!
La persona que interrumpió mi ensimismamiento se encontraba en la otra punta de la celda, mirándome con expresión de regaño. Era la mayor de las hermanas prófugas que había visto en el noticiero minutos atrás.
- ¡Vos sos una de las que se escapó de la cárcel! – Dije, y mi voz sonó extrañamente aguda.
- ¡Te dije que no menciones eso en voz alta! ¿Es que querés que nos descubran? – Susurró mientras me tapaba la boca con su mano derecha. No había nadie más en nuestra pequeña celda, pero se podían oír los gritos y conversaciones de otras reclusas en celdas continuas. La joven se quedó en silencio, expectante y esperando a escuchar si alguien comentaba lo que yo acababa de decir. Pero como al parecer, nadie oyó nada, continuó diciéndome, en esta ocasión, con más ternura:
- Esta tarde nos vamos de esta maldita pocilga, hoy es nuestro gran día, así que no lo arruinemos, mantengámonos prudentes, como lo hemos hecho hasta ahora, ¿si?
- ¡No entiendo qué está pasando, pero me voy ya mismo de acá!
Me puse de pie y estaba a punto de gritar para llamar a algún guardia que pudiera sacarme de allí, cuando la muchacha colocó ambas manos sobre mis hombros y dijo:
- Sé que estás ansiosa, yo también lo estoy, pero necesito que estés calmada, Lucy. Por favor, confiá en el plan, hermanita.
- ¿De qué estás hablando? ¡Me llamo Lorenzo! – Le grité mientras la apartaba. Pero al oír mi propio grito ya no pude dejar de notar que mi voz sonaba demasiado aguda… y femenina. ¡No, esto no puede estar pasándome! Examiné mis manos: se habían vuelto pequeñas y delicadas. Sujeté mi cabello: era largo, lacio y dorado como el sol. Toqué mi pecho… creo que no es necesario dar más detalles. Me había convertido en una mujer: en Lucy, la muchacha prófuga. No pretendo que entiendan lo que se siente sufrir un cambio así de drástico, tampoco los insultos que pronuncié, y que ni sabía que existían, supongo que esa clase de situaciones nos tornan creativos. Una seca bofetada de la muchacha, me sacó de mi estado de histeria.
- Lucy, ¡Calmate! Ya va a venir María a buscar las sábanas sucias, y no tiene que sospechar.
En seguida, apareció una celadora:
- Clara, ¿Ya están listas las sábanas?
- Sí, María, ya está todo listo. Muchas gracias.
Clara le entregó las sábanas con una sonrisa, y María se retiró. Por la manera en que celadora le pidió las sábanas a las otras reclusas, pude ver que Clara gozaba de privilegios y de muchos mejores tratos que las demás. La joven me miró con tristeza y dijo:
- Ya sé que nunca lo quisiste, pero yo necesitaba asegurarme de que nos pusieran en la misma celda y que te protegieran de las demás presas, sabés muy bien que acá sólo sobreviven las más fuertes; y nosotras no lo somos. Pero no te preocupes más, hermanita, hoy vamos a ser libres.
Sus palabras me dieron escalofríos. ¿Cuántas cosas habrá soportado Clara para proteger a Lucy? No pude contenerme y pregunté:
- ¿Por qué estamos en prisión?
- Sí, lo sé... desde el primer día en que llegamos a este infierno que no dejo de pensarlo. Ese ser despreciable que la vida nos dio como padre, nos golpeaba y abusaba sin el más mínimo remordimiento, y nadie lo encarcelaba, en cambio a nosotras sí. Pero, ¿sabés qué? Yo no me arrepiento de haberlo matado. Lo haría mil veces más antes de volver a ver sus sucias manos encima de tuyo. ¿Vos te arrepentís, Lucy?
No supe qué responder, esa pregunta no iba dirigida a mí. El sonar de una campana me salvó de tener que hacerlo: hora de lavar la ropa.
La prisión era muy pequeña y parecía sumamente antigua, el edificio había sido construido en la época colonial. La seguridad era mínima, no había más de dos guardias a la vista y ni siquiera iban armadas, tampoco había muchas prisioneras. Ese pueblo era tan pequeño y tranquilo que no se preocupaban por la seguridad de la cárcel, ya que casi nadie iba a parar allí, ni tampoco nadie se fugaba. Pude comprender por qué las hermanas consiguieron escapar… pues eso era lo que iba a suceder: escaparíamos con éxito de allí, como me lo mostró el noticiero unos momentos atrás, en la comodidad de mi sillón.
Comenzamos a lavar la ropa en un río que cruzaba la prisión. ¿A quién se le ocurrió la absurda idea de construir una cárcel en el paso de un río? Todo estaba demasiado regalado. Sin embargo, el caudal era sumamente violento, y el río estaba repleto de rocas afiladas.
- Clara, ¿vamos a escapar nadando contra la corriente y entre esas rocas? ¡Es una locura! – Le dije en un susurro.
- Ya discutimos esto, y vos fuiste la que propuso nadar, me sorprende que justo ahora me hagas este planteo. Además, la fuerza de este río no se compara a los kilómetros contra la corriente que nadábamos todos los días en el Aguado, que era por lo menos tres veces más caudaloso. Nadie nos supera en nado, y tu habilidad es mayor a la mía, Lucy, no sé a qué le temes.- Suspiró.- Te pusiste el traje de baño debajo de la ropa, ¿no?
Miré dentro de mi camisa y efectivamente tenía puesto un traje de baño. Parecía hecho a mano por la propia Lucy… realmente hace mucho tiempo que planeaban esta fuga. Afirmé con un gesto de la cabeza. Clara continuó:
- Mi contacto ya ha confirmado que la camioneta que nos llevará a la frontera estará a las siete en punto en donde acordamos. Sólo contamos con cuarenta minutos para llegar, así que en cuanto María mire para otro lado, nos sacamos esta porquería de ropa y nos tiramos al agua, ¿entendido? - No acabé de asentir, cuando María se fue hacia otro sector a controlar a las demás reclusas ¡Nuestra oportunidad!
A pesar de que yo, Lorenzo, no sé nadar y me ahogaría en mi propia bañera, el cuerpo de Lucy recordaba perfectamente cómo desplazarse en el agua con la facilidad de un pez. Nadamos treinta minutos sin parar contra la furiosa corriente ¡Ya quisiera tener ese estado físico! Las rocas nos hacían muchos cortes y lastimaduras.
Al salir del río, comenzamos a correr entre los manzanales de una quinta. No podíamos seguir los caminos convencionales, así que debimos arrastrarnos por canales embarrados en los cuales fluían hilos de agua. Evidentemente, ese pueblo se dedicaba a la producción y explotación de la manzana, pues por donde íbamos, pasaban personas con canastos llenos de este delicioso fruto, o toneles cargados de jugo. Si no hubiera sido por el hecho de que me estaba arrastrando en el lodo como un gusano, habría disfrutado muchísimo de los aromas y colores de aquellos cultivos.
Ya había transcurrido poco más de media hora de nuestra fuga, cuando alcanzamos una región totalmente llana.
- Lucy, luego de que crucemos esta llanura llegaremos a la carretera donde nos espera la camioneta. Pero debemos pasarla rápido, pues es muy fácil que nos vean aquí, estamos demasiado expuestas.
- ¡Hagámoslo! – Respondí y comenzamos a correr con todas nuestras fuerzas. Por extraño que pueda resultarles, ya no pensaba en que debía estar sentado en mi casa viendo tv, lo único que me interesaba en ese momento era que Lucy y Clara consiguieran su añorada libertad. Tantas injusticias sufridas… tanto esfuerzo, tanta voluntad, ¡tenían que obtener frutos! Vi a lo lejos la sombra de un hombre con una escopeta.
No me pidan que detalle cómo se siente morir, o la sensación de tener una bala en el medio del corazón. Sólo recuerdo que escuché un fuerte disparo y luego estaba en el suelo, con todo el traje de baño ensangrentado y retorciéndome del dolor.
- ¡No! ¡Dios mío, Lucy! – Clara lloraba y me abrazaba desesperadamente.- ¡Por favor resistí, hermanita! ¡Resistí!
Ya no sufría dolor, ni siquiera sentía el cuerpo. Tampoco tenía muchas fuerzas; sin embargo, antes de morir, fui capaz de decirle unas palabras a Clara… aunque realmente no fueron mías, alguien más habló por mí:
- Clari, toda tu vida la dedicaste a protegerme, y no hay hermana más afortunada en el mundo que yo. Ahora estoy muriendo aunque no lo quieras, y si me amás, vas a correr hasta la carretera y ser libre. No existe otra cosa que pueda hacerme feliz más que eso.
A continuación, mi visión se tornó nublada, pero pude ver cómo Clara me daba un dulce beso y comenzaba a correr con muchísima velocidad. El policía que me disparó no estaba estaba acompañado, y tampoco había hecho tiempo de avisarle a los demás, por lo tanto sólo era él contra Clara. Lamentablemente ya no pude ver lo que ocurría porque todo fue absoluta oscuridad y silencio: yo había muerto.





Escuché a lo lejos sonar un timbre de manera persistente.
Era Martín, que solía venir a esa hora para ver los partidos de fútbol conmigo. Cuando reaccioné y terminé de comprender que no estaba muerto, y que me encontraba en el living de mi casa, corrí a abrir la puerta.
- Disculpá Martín, es que me pasó algo muy extraño. Hace un rato vi en las noticias que dos hermanas se escapaban de prisión… después me quedé dormido y soñé que mataban a una de ellas.- No quise decir que en el sueño yo mismo había muerto también, me resultó muy incómodo. Pero eso daba igual porque Martín sólo pensaba en no perderse el partido.
- Je, vos siempre en tu mundo, ¡eh! … ¿Dónde está el control remoto?
Lo encontró y encendió la tv. Estaba en el canal rural donde había visto la noticia de la fuga de Lucy y Clara, pero Martín cambió inmediatamente en busca de fútbol.
- ¡No! ¡Volvé al canal anterior!
Sin comprenderlo, me hizo caso. La periodista estaba sumamente alterada mientras decía: “Repito, la menor de las hermanas prófugas ha sido baleada y muerta. La mayor de ellas ha logrado escapar, y testigos afirmaron haberla visto cruzar la frontera en una camioneta…”.

- Che, Martín, hoy no voy a tomar cerveza mientras vemos el partido… creo que voy a necesitar algo más fuerte.

martes, 2 de diciembre de 2008

Capítulo I: La Reina de Corazones

El examen fue muy duro, realmente estaba agotado. Los medios constantemente nos recuerdan los peligros de la calle pero, cuando vi cómo la sombra de aquel árbol refrescaba el verde césped de la plaza, no lo dudé un instante y me entregué a lo que en un principio califiqué como “una pequeña siestita al aire libre”. Observé a los automóviles pasar a lo lejos. El brillo de un convertible amarillo me cegó un instante, y cerré los ojos… al abrirlos me encontraba recostado en el asiento de un tren.
Me incorporé y observé el vagón: estaba totalmente vacío, y tenía un estilo muy antiguo, pero deslumbrante y reconfortante, era perfecto para emprender un viaje rodeado de belleza y comodidades… ¿Emprender un viaje? En primer lugar yo no estaba viajando a ningún lado, simplemente me había recostado a descansar en una plaza, entonces ¿qué diablos hago en un lujoso tren en marcha? Repentinamente noté algo que la sorpresa no me había permitido asimilar: por las ventanas sólo se veían las nubes y el cielo azul. Abrí una de las ventanillas y asomé mi cabeza en busca del suelo, pero fue en vano: el tren transitaba por unas vías que parecían nacer de las nubes. ¡Debo estar soñando! Intenté con todas mis fuerzas despertar, pero no pude. Comencé a darme bofetadas cada vez más fuertes para confirmar si sentía dolor… el horrible ardor que no se iba de mi rostro, me confirmó que fue una mala idea. No había dudas de que estaba despierto. Dios mío, ¿acaso estoy loco? ¿Cómo puede ser esto posible?
Para mi sorpresa, la pregunta fue respondida:
- No creo que estés loco… pero digamos la verdad, tenés cara de chiflado.
Me volteé bruscamente, y vi sentada en la fila de al lado a una joven de cabello rubio que llevaba un largo vestido azul. Tenía una sonrisa moderada, oculta en la comisura de los labios, pero el brillo pícaro y burlón en la mirada la delataba.
- Y esa expresión no ayuda. – Agregó, con un ademán de consejera.
- ¿De dónde saliste? – Atiné a preguntar, con un toque de desesperación en la voz.
- Hola, me llamo Alicia, ¡Para mí también es un gusto conocerte! – Respondió con sarcasmo.
- Perdón, Alicia, es que no entiendo qué es lo que hago acá. Soy Lorenzo.
- Bueno Lorenzo, a mí no me interesa de dónde viene la gente, sino a dónde va.
- Es que tampoco sé a dónde voy…
- ¿Tenemos un pequeño problema de identidad?
- ¡No! Me refiero a que no sé hacia dónde se dirige este tren. – Las burlas de Alicia me hacían perder la paciencia, pero ella era la única presencia humana que tenía a mano.
- ¡Pero eso es evidente! ¡Todo el mundo lo sabe! No me digas que te subiste al tren sin saber hacia dónde va…- Alicia giró los ojos como si estuviera hablando con la persona más estúpida que había conocido.
- ¡Yo no me subí! ¡Simplemente aparecí acá!
- Mnnn… Ajá, comprendo. – Musitó adoptando la actitud de quien le da la razón a un loco.
- ¿Es que no hay nadie más en este tren? ¿Alguien con un poco de sentido común que pueda ayudarme? – Grité con un hilo de voz.
- ¿Qué querés decir con “sentido común”? – Respondió una tercera voz.- Porque hasta donde yo sé el sentido sólo puede ser “mano” o “contramano”… ¿Qué dirección adoptan los automóviles que van en sentido común?
El dueño de la voz era un hombre que estaba en la esquina contraria del vagón, con una sincera expresión de duda, y un sombrero arrugado entre las manos.
- ¡¿De dónde salió usted?! – Alcancé a articular.- ¿Fui secuestrado por extraterrestres o me han drogado?
- Yo le veo cara de drogado.- Dijo una cuarta voz.
- Yo, de alcohólico. – Afirmó una quinta.
- Y yo más bien le veo cara de vendedor de zapatos. – Agregó una sexta.
Repentinamente, todos los asientos del vagón estaban colmados de personas que conversaban entre sí, reían y paseaban de un lado a otro. Yo no comprendía nada, pero tampoco alcancé a expresar mi desconcierto, simplemente me limité a abrir la boca como un asno.
Un diminuto y arrugado anciano se me acercó y con un poco de dificultad me dijo:
- Este tren se dirige al Reino de los Corazones, joven. Donde domina la majestuosa Reina de Corazones.
- ¿Y eso en qué país queda?... ¿Reina de Corazones? – El nombre era absurdo, ¿qué le pasaba a esa gente por la cabeza?
- Sí, nuestra soberana y dueña de nuestros corazones. – Respondió el anciano, con solemnidad.
- Nunca oí hablar de algo así… - Mi actitud evidentemente era de incredulidad, pero nadie parecía notarlo.
- ¿De dónde venís, forastero? – Preguntó una señora regordeta de sombrero amarillo que había estado escuchando con atención nuestra conversación.
Sin embargo, no pude responder, pues mi atención se centró en el anciano, que repentinamente comenzó a brillar y a despedir destellos de luz.
- ¡¿Qué le está pasando?! – Le pregunté a Alicia, totalmente sorprendido.
- Su tiempo se terminó. El reloj del abuelo dio la hora indicada.- Me respondió, cerrando los ojos para que no le afectaran los fuertes rayos de luz.
El anciano, entre luces y destellos, comenzó a rejuvenecer repentinamente. Era como ver una película mientras se la rebobina. En un instante, se convirtió en un muchacho fuerte y rebosante de vida que saltaba de un lado a otro festejando su juventud. Pero su alegría duró muy poco, pues el proceso continuó, y de su boca ya no salieron palabras: se había vuelto un bebé de sólo unos meses, pequeño e incapaz de hablar, por lo cual, sólo podía llorar a gritos… ¡y vaya que lo hacía!
Alicia lo tomó en sus brazos con ternura y lo tranquilizó. Luego me miró y dijo:
- Todos los ciudadanos del Reino de los Corazones tenemos un reloj en el castillo de la Reina que representa nuestro tiempo de vida. Cuando ese reloj da cierta hora, predeterminada por nuestro destino, éste comienza a retroceder, y nosotros nos volvemos pequeños hasta desaparecer. El abuelo no desapareció porque vivió tantos años, que el giro de la aguja se agotó y a él aún le quedaban algunos meses suficientes para ser un bebé y seguir permaneciendo en este mundo.
- ¡Si no lo hubiera visto con mis propios ojos no lo creería! ¿Y por qué los relojes están en el castillo de la Reina? – Pregunté.
- Porque la Reina es una gran bruja que se encarga de que se respete el tiempo destinado, además, ella consume el tiempo que nosotros perdemos al morir y se mantiene siempre joven y fuerte, en perfecto estado para seguir gobernando nuestro hermoso reino.
- Pero eso es injusto, ¿Por qué ustedes deben morir para que ella viva eternamente?
- No, ella sólo aprovecha el tiempo que de todos modos se desperdiciaría cuando las personas mueren. Nosotros queremos que ella se mantenga con vida, porque gracias a su magia y gran sabiduría nuestro reino se ve libre de pestes, guerras y hambre.
- Mnnn… no termino de comprenderlo. De todos modos, si ella es tan poderosa como vos decís, tal vez pueda ayudarme a regresar a mi hogar, ¿verdad?
- Puede que sí, puede que no… quién sabe…- Respondió Alicia, nuevamente con el brillo de la burla en la mirada. Ya me había sorprendido que emitiera tantas oraciones sin mofarse de mí. Pero yo no estaba en condiciones de exigir, así que rogué:
- ¡Por favor, Alicia, decime de qué manera puedo encontrar a la Reina de Corazones!
- Tal vez te diga la manera, pero vas a tener que cambiarle los pañales al bebé-abuelo antes. - Respondió con expresión triunfal.
- Alicia, no mortifiques al joven forastero.-Intervino la señora del sombrero amarillo.- Querido, la única manera de ver a la Reina es concentrándose y deseando profundamente estar frente a ella.
- ¿Sólo con desearlo? –Pregunté incrédulo.
- ¡Sí, pero no dudes! Si dudás, no vas a conseguir nada, Lorencito…- Respondió Alicia, metiéndose donde no la llamaban y burlándose de mí al mismo tiempo.
- Está bien, voy a concentrarme. – Dije, y cerré los ojos poniendo toda mi atención en el propósito de encontrar a la Reina y pedirle que me ayude a volver a mi lugar de origen.
- ¡Bien hecho, forastero! ¡Ya te estás yendo! Dale mis saludos a la Reina.- Gritó contenta la señora.
Abrí los ojos y vi cómo mis manos se volvían polvo y desaparecían en el aire. Antes de desaparecer totalmente dije:
- ¡Realmente está funcionando! ¡Y sólo bastó con desearlo!
- Es que así funcionan las cosas en los sueños, niño.- Respondió con ternura la señora del sombrero.
- ¿Qué? ¿Entonces eso significa que estoy soñando?- Me apresuré a preguntar, totalmente anonadado.
No pude oír la respuesta pues desaparecí de aquel vagón, pero alcancé a ver a Alicia mirándome y riéndose a carcajadas, como si yo hubiera dicho algo sumamente gracioso. Repentinamente sentí un fuerte mareo, como si me hubieran puesto de cabeza… ¡Y realmente estaba de cabeza! Tardé varios minutos en darme cuenta de que estaba caminado en el techo de un enorme y oscuro castillo. Al parecer, en aquel lugar la fuerza de gravedad provenía del techo en lugar del suelo. Cuando me acostumbré a la extraña sensación, comencé a caminar y a notar detalles como el extremo silencio y soledad que reinaban en aquel castillo; parecía un lugar en el cual hace años no habitaban personas.
Lorenzo, es por aquí”, pude oír una voz inexpresiva que llamaba dentro de mi cabeza y me hacía dirigirme hacia el final de un largo pasillo. Aquél, parecía ser el salón principal del castillo, enorme, bello e imponente… sin embargo no puedo dar muchos detalles, pues mis ojos se posaron en la mujer sentada en el gran trono plateado del centro de la sala. Sus vestidos eran largos y apagados, y como corona sólo llevaba una fina tira de diamantes. Pero la presencia de la dama en su totalidad era sobrenatural, suprema; y a pesar de que yo la miraba al revés, pues seguía de cabeza en el techo, pude apreciar su gran belleza.
- Lorenzo, vienes para que te devuelva a tu mundo, ¿verdad?- Preguntó sin rodeos la Reina. Ella no movía los labios para hablar, sino que yo oía sus palabras directamente en mi interior.
- ¿Entonces este no es mi mundo? ¿No estoy soñando? – Mi voz sonaba un tanto desesperada.
- Las preguntas no se responden con otras preguntas. – Dijo, manteniendo el mismo rostro inexpresivo.
- Perdón, es que desde que llegué a este lugar no soy capaz de entender nada… todo pasa tan rápido y nada tiene sentido… ni siquiera sé cómo es posible que yo esté de cabeza en el techo hablando con usted sentada allí abajo… - No terminé de exponer mis desventuras, pues me interrumpió:
- El tiempo no es oro, Lorenzo, el tiempo es vida. ¿Existe algo más preciado que la vida? Te hice una pregunta muy simple a la cual debías responder “sí” o “no”, para que yo pudiera darte una solución y así marcharías sin demoras. Pero en cambio, elegiste robar mi tiempo con tus rodeos, es decir, robar mi vida.
¡Sí que tenía poca paciencia aquella reina! Yo comencé a transpirar de los nervios frente a sus palabras, pero su rostro continuaba impasible, como el de una muñeca.
- Ahora tendrás que pagar el precio de haber tomado mi tiempo sin permiso.- Con un movimiento de dedos a la distancia me inmovilizó, y luego sentí como una mano invisible arrancaba instantáneamente y de raíz un gran mechón de mi cabello. Vi cómo mi rizo voló hacia sus manos y lo guardó con cuidado en un pequeño cofre que tenía a su lado. Luego noté que podía moverme nuevamente, y lo primero que hice fue llevar mi mano hacia el pequeño hueco en mi cabeza, que ahora estaba desnudo de cabello. En ese mismo momento, pude observar que sacaba algo de las mangas de su vestido: era un pequeño reloj que brillaba de manera tenue pero constante.
- Este reloj es tu tiempo, Lorenzo.- Dijo cerrando los ojos y disponiéndose a ejercer su magia sobre él. Instantáneamente sentí un escalofrío en la espalda y grité:
- ¡No! ¡No se robe mi tiempo! ¡No es justo!
Vi cómo las agujas comenzaban a retroceder y cómo mi cuerpo se hacía cada vez más joven y pequeño. Iba a morir en aquel extraño lugar, y por el motivo más absurdo que podría imaginarse. Pude observar mis manitas de bebé y oír mi propio llanto, agudo y escandaloso. Luego, sentí un fuerte mareo y que volvían a darme vueltas, pero esta vez ya no estaba de cabeza, sino recostado… ¡Recostado en el dulce césped de la plaza!
Finalmente, todo había sido un sueño, un extraño y desagradable sueño. Tomé mi bolso y me disponía a irme de allí a toda prisa, cuando vi que a lo lejos se acercaba un compañero de clases a saludarme:
- ¡Lorenzo! Pensé que ya estarías en tu casa, ¿Qué hacés por acá todavía? No sé para qué pregunto, si te quedás dormido en todos lados, y parece que volviste a hacerlo. ¡Siempre estás en tu propio mundo! – Rió.
Yo no tenía deseos de conversar, así que me limité a sonreír con desgano y asentir.
- Ya debo irme, me esperan en casa. - Se alejó mientras hacía gestos de despedida.- ¡Ah! Y qué extraño que es tu nuevo peinado… pero ya sabés que yo no entiendo nada de modas. Bueno, ¡nos vemos mañana!
¿Nuevo peinado?... Instintivamente llevé mi mano al rincón izquierdo de mi cabeza y toqué el hueco de calvicie que la Reina de Corazones dejó allí luego de arrancar el mechón.